Frente a los intentos de adaptación y al control social, a finales de
los sesenta surgirían los movimientos en contra de la represión que el
psicoanálisis había promovido, donde el orgullo de ser un inadaptado se
convirtió en la respuesta. El yo interior no debía ser reprimido, sino
alentado a expresarse.
Se comenzó a propagar el desahogo emocional como terapia. El pionero
de este movimiento había sido Wilhelm Reich, discípulo díscolo de Freud
que creía en que las fuerzas inconscientes eran buenas y que era la
represión por parte de la sociedad lo que las distorsionaba y hacía que
la gente se volviera agresiva.
A principios de los 60 surgieron grupos que acusaban a los poderes
sociales de utilizar técnicas psicológicas para manipular los
sentimientos de la gente para convertirla en un muñeco consumidor. El
consumismo era un instrumento para mantener dócil a la población, la
cual se despreocupaba y permitía al poder gobernar a su antojo. Para
Marcuse, el psicoanálisis al servicio de las élites habían reducido a
las personas a expresar sus sentimientos e identidades mediante
productos y marcas. Era el “hombre unidimensional”, conformista y
reprimido.
Tras una época de enfrentamientos en que los grupos de izquierdas y
los universitarios se decantaron por la violencia contra el sistema
establecido, el fracaso obligó a un cambio de estrategia. Si no se podía
vencer al sistema en el exterior, había que hacerlo en el interior de
cada uno.
El individuo tenía que liberarse a sí mismo y sólo mediante esta
actitud llegaría el día en que una masa crítica podría cambiar la
situación social. Surgieron así terapias basadas en los estudios de
Reich destinadas a desinhibir las represiones que la sociedad había
implantado en cada conciencia individual. Para ello, se buscaba la libre
expresión de los miedos y emociones más profundos.
El resultado de todo ello fue un crecimiento descomunal de los
movimientos que rechazaban el estilo de vida tradicional establecido, lo
cual causó una seria preocupación en las corporaciones, pues a finales
de los sesenta esta nueva forma de vida alternativa había hecho que los
individuos dejaran de actuar, cada vez más acentuadamente, como
consumidores predecibles.
Así, por ejemplo, cada vez eran menos los licenciados universitarios
que contrataban un seguro de vida. Si vivías en el presente, no
necesitabas preocuparte por el futuro. Una vez más, las corporaciones
acudieron a un psicoanalista: Daniel Yankelovich.
Yankelovich concluyó que estas gentes que adoptaban los nuevos
valores seguían siendo consumidores, pero que ya no querían nada que
estuviera relacionado con la estructuras sociales americanas. Si se les
ofrecían productos que afirmaran su individualidad y los diferenciaran
del modo de vida tradicional, los aceptarían.
Así, se comenzaron a vender coches europeos, nuevas ropas según la
moda alternativa y se promovió un determinado modelo alternativo de
música. Sólo había que canalizar la manera en que esta gente gastaría su
dinero. Pero lo importante es que lo seguiría gastando.
En los años 70, la ideología alternativa, impotente para cambiar la
sociedad, adoptó el mensaje de que cada uno puede ser lo que quiere ser,
sin limitación alguna. Sólo el individuo importa, no hay preocupación
social que pueda coartarle. Lo único por lo que hay que cuidarse es por
alcanzar una vida plena. La conclusión final consistía en que no era
egoísta pensar sobre uno mismo. Es más, era la obligación principal.
La idea final de todo ello fue que la gente podía ser feliz viviendo
en el interior y que tenía derecho a todo lo que la hiciera sentirse
colmada. El deseo y la satisfacción personales se convirtieron en la
nueva forma de consumismo. De una sociedad manipulada que compraba por
imposición inconsciente, ahora había una sociedad hedonista que compraba
por antojo consciente.
Hacer productos para grupos que querían expresarse como
individualidad significaba crear más variedad que nunca. Los sistemas de
producción en masa, rentables únicamente si se fabricaba una gran
cantidad del mismo producto, se habían desarrollado para el consumidor
conformista de las décadas anteriores. El sistema corporativo se veía
amenazado por el nuevo consumidor expresivo de sí mismo.
Así que la máquina capitalista decidió ayudar a toda esa gente a
expresarse por sí mismos y a satisfacer su yo interior. El Instituto
Stanford fue el cerebro para encontrar la forma de llegar a estos nuevos
consumidores.
De todo ello surgió una nueva forma de catalogar a la sociedad. No
por la clase social, sino por los diferentes deseos e impulsos
psicológicos que determinaban los valores interiores de cada cual. De
aquí surgió la pirámide de Maslow. Así,
descubrieron que había unos patrones de auto-expresión perfectamente
medibles y catalogables, dentro de los cuales se podía identificar a
cada individuo. Fue la primera vez que se habló de “estilos de vida”.
Pirámide de Maslow o jerarquía de las necesidades humanas, teoría psicológica propuesta por Abraham Maslow en 1943 |
Si una corporación creaba un producto que expresara los valores
propios de un determinado estilo de vida, las personas identificadas con
dicho estilo lo aceptarían y comprarían. De esta forma, se pudo
predecir el éxito o fracaso de los bienes de consumo antes de ser
puestos a la venta.
De nuevo, la paradoja. La generación que se había opuesto al
consumismo ahora lo aplaudía porque les permitía a todos ser ellos
mismos, ya que el capitalismo había aceptado la idea de que cada
individuo tiene un potencial infinito y puede ser lo que quiera,
comprándose la forma de aparentar que más le guste…
El mercado se convirtió desde entonces una interminable e ilimitada
oferta que cambiaba cada dos por tres para que el individuo pudiera
manifestar su inconformidad con lo establecido, aunque lo establecido
sólo hubiera durado unos pocos meses, según la moda. El sueño de toda
corporación hecho realidad.
Y el sueño de Bernays medio siglo atrás: hacerle creer al mundo que
todo es posible y que la satisfacción de nuestros deseos es una
prioridad incuestionable.
Finalmente, las nuevas teorías del marketing cruzaron las fronteras
de los Estados Unidos. Así, Reino Unido adoptó las ideas procedentes de
Estados Unidos a partir de la crisis de los años 70, obligado al estudio
psicológico de la sociedad para reactivar el consumo. Uno de los
motivos más controvertidos fue la inserción de publicidad subliminal en
los periódicos, mediante el uso de personajes famosos que alardeaban de
algún producto durante las entrevistas realizadas.
Al principio, se imponía una estricta ética británica, pero gracias a la intervención del magnate de la prensa Rupert Murdoch se
le consiguió dar la vuelta al asunto. Su discurso populista se basaba
en que no tolerar tales tipos de actos era un ataque a las masas, a las
cuales se ignoraba y sobre las que se quería establecer un paternalismo
arrogante y elitista.
De esta manera, los ciudadanos británicos también se empezaron a
sentir alagados al ver que las empresas se presentaban como garantes
para satisfacer sus deseos. Además, la gente no quería ser identificada
con una clase social, sino sentir que tenía una personalidad propia y se
expresaba como un individuo.
Y de nuevo, otra vez, el salto a la política. En los años 80, los
políticos también tuvieron que aprender a satisfacer las necesidades
consumistas de los electores, ya no interesados en la ideología, sino
inmersos en una estructura consumista asimilada como inherente al
mismísimo sentido de la vida, gracias al trabajo de décadas de
“relaciones públicas”.
De esta forma, se sustituía una política basada en promover ideas y
persuadir a los electores a pensar como seres sociales por otra de corte
empresarial que buscaba ganarse el voto comprendiendo los intereses
egoístas de los consumidores, lo cual ha llegado hasta nuestros días. Y
no es que las personas estén al mando. Son los deseos de las personas
los que están al mando. El individuo renuncia a cualquier papel activo
en favor de un consumismo pasivo.
Así, la democracia se convierte definitivamente en un halago de
deseos que deben ser considerados para la satisfacción personal de cada
individuo. El consumismo como una ilusión de libertad y control de la
propia vida mientras una élite de poder sigue manejando los hilos sin
que nadie la moleste.
Hay una reflexión final en la serie de la BBC: si los políticos han
renunciado definitivamente a un debate racional y responsable con
capacidad de ver más allá del corto plazo, y se limitan a ganarse a los
grupos de opinión mediante el marketing, que no es sino recurrir a las
emociones irracionales, ¿por qué no se les deja el poder directamente a
las corporaciones, capaces de gestionar mejor esta técnica de llegar a
la gente?
Bueno, parece que la respuesta ya ha empezado a tomar forma. ¿No son
acaso tecnócratas de Goldman Sachs y Lehman Brothers los que se están
colando poco a poco en los ministerios de toda Europa?
[F] amanecer2012.com
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