Breve análisis del ecosistema
comunicativo en tiempos de inmediatez y sobreinformación
El concepto
de posverdad o “post-truth” fue
acuñado en 1992 por el dramaturgo Steve Tesich en un artículo en la revista The Nation. En este artículo, Tesich comentaba: "Lamento que
nosotros, como pueblo libre, hayamos decidido libremente vivir en un mundo en
donde reina la posverdad".
En la publicación, se hablaba del Irangate y Tesich -sin saberlo- acuñó un
término fundamental para entender la comunicación política de la actualidad: la
de la banalización de los mensajes, las apelaciones a las creencias más
anacrónicas y la de la política-espectáculo.
El
diccionario de Oxford eligió el término
de “posverdad” como palabra del año 2016, y, según la RAE es “la distorsión
deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de
influir en la opinión pública y en las actitudes sociales”.
Y aquí nos
encontramos, inmersos en “la era de la posverdad”, la cual, no es más que la
prolongación de una larga tradición de engaños políticos, manipulación
mediática y propaganda. Sin novedades, solo nuevas fórmulas de injerencia y no
tan nuevas estrategias de control social, pero, con una diferencia importante,
hoy en día estas nuevas fórmulas tienen un nuevo aliado: los canales digitales. Éstos, son el vehículo perfecto para la
expansión de informaciones falsas, las cuales, se encuentran lejos de cualquier
atisbo de ética periodística y están al servicio de determinados intereses
políticos, económicos y administrativos. Sin filtros.
Y, es que, estos
ejercicios de manipulación no son nada nuevo, han existido siempre. Como decía el
ensayista Domingo Ródenas en una entrevista en El Periódico (2017): “No es concebible el poder político, ni la
lucha política, sin el uso de la mentira o, lo que es lo mismo, de la
tergiversación de la información para construir una imagen deformada de la
realidad”.
La rueda
sigue girando y en la actualidad y gracias a los nuevos canales y métodos estás
técnicas se han ido perfeccionando, introduciéndose en ellas nuevas variables,
como, por ejemplo, la de la emotividad, pues se intenta persuadir y manipular al
público “atacando” sus puntos más vulnerables: sus emociones y sus creencias más atávicas.
En este
contexto, la difusión de noticias falsas o ambiguas son una efectiva
herramienta de sociabilización de un mensaje
prefabricado desde el establishment
-a través de los medios de comunicación de masas- para con la opinión pública,
con el objetivo de modificarla o directamente crearla nueva: el “efecto Trump”-político
de la posverdad por antonomasia-, el Brexit o la situación política en Cataluña
son clara prueba de ello. En este sentido, cabe comentar algunos ejemplos más que
demuestran la existencia de noticias falsas y ambiguas, medias verdades y
medias mentiras.
Una de las
falacias más conocidas de los últimos tiempos fue el llamado “caso de las
incubadoras”: Irak invadió Kuwait el 2 de agosto de 1990. La familia real
kuwatí contrato los servicios de la agencia de relaciones públicas Hill & Knowlton para realizar
campañas de propaganda contra Irak. Se acusó a la agencia de manipular y
orquestar el testimonio de una enfermera kuwaití ante el senado norteamericano,
por el cual, se acusaba al régimen de Sadam Hussein de sacar de las incubadoras
a los neonatos y dejarlos morir en los pasillos del hospital kuwaití. Más tarde
se demostró que ese testimonio era falso, ni siquiera era enfermera; era la
hija del embajador de Kuwait en Washington, Saud Nasir al-Sabah. Mientras
tanto, el presidente Bush sacaba rédito político de ese falso testimonio: utilizaba
esta mentira en cinco discursos oficiales y, a su vez, siete senadores hicieron
referencia a estos hechos en intervenciones a favor de una futura resolución a
favor de la invasión de Irak, la cual finalmente se produjo.
En los
últimos años también encontramos casos de noticias falsas y ambiguas: desde las
declaraciones de Donald Trump afirmando que Barack
Obama era un musulmán nacido fuera de EE. UU, hasta las promesas sobre las
bondades del brexit en el pasado referéndum de permanencia en la U.E, (se prometieron
350 millones de libras para el Sistema
de Salud Británico si
se votaba a favor del brexit).
Estas y otras
muchas noticias falsas están a la orden del día en los medios de comunicación y
en las redes sociales, estas falsedades pueden responder a intereses de todo
tipo y tener objetivos diversos, por lo que se hace necesario saber detectarlas
e interpretarlas correctamente. Es aquí donde entra en juego el papel de los
medios de comunicación, pues éstos, como constructores del relato social,
transmisores de nuevas realidades y generadores de consenso, deben ser garantes
de la verdad y ejercer como elementos reguladores ante las falsedades. Un
papel, que cada día está más en entredicho.
Estas “mentiras emotivas” son determinantes porque
tienen un impacto real y palpable en las sociedades: las falsas noticias, las
medias verdades o la posverdad han demostrado ampliamente su capacidad para moldear
procesos electorales, influir en la toma de decisiones populares, o, incluso, iniciar
procesos belicistas o la invasión de países soberanos, convirtiendo así a los
medios de comunicación en “una herramienta de injerencia social”, absolutamente
antidemocrática y al servicio de determinados intereses. Unos medios que, según
el teórico cultural y sociólogo Stuart Hall (2015), “responden a mapas de prevalencia informativa trazados
por el poder (líderes políticos, organizaciones gubernamentales, grupos de
presión, sistema judicial y responsables del orden público)”.
Se construye
una realidad sin contenido, prefabricada por un modelo periodístico que ya no
utiliza los canales tradicionales de comunicación, y, que se ve inmerso en
nuevo contexto relacional entre periodistas y fuentes informativas. Es aquí, en
este nuevo contexto, donde surge la interdependencia y los conflictos de
intereses: uno de los más controvertidos es dominar y establecer la agenda mediática. Así, los medios de
comunicación no solo establecen esta agenda y dictaminan sobre lo que hay que
pensar, sino que también establecen como se ha de pensar al respecto,
influenciando en las opiniones y en las actitudes de las personas. Según
Maxwell McCombs, catedrático de la Universidad de Texas y padre de la teoría del establecimiento de
agenda: “Las noticias
influencian cómo piensan las personas”
El ecosistema
comunicativo ha cambiado: la institucionalización de las fuentes, la aparición
de nuevos actores -spin doctor, mediadores
etc…- y profesionales de la comunicación digital, han modificado de sobremanera
las prácticas periodísticas, sobre todo en el ámbito de la comunicación
política, y más en concreto lo que se ha venido a llamar “periodismo de declaraciones”: una forma pasiva de recolección de
información, basada en la mera reproducción literal de declaraciones
interesadas. Una fórmula, que recuerda a los “modelos comunicativos” de los
regímenes autoritarios, en los que los mensajes del régimen en cuestión se
inoculan directamente en la opinión pública y, dónde el ejercicio periodístico queda
en un segundo plano.
Este
ecosistema cuenta con un actor principal: el
gabinete de prensa. Su existencia y propósitos en el mundo de la
comunicación política han sido el resorte utilizado por el poder político ante
la creciente expansión mediática, creando un modelo comunicativo adulterado y al
dictado de las élites, simplificado y acotado en base al discurso oficial. No
se debe caer en el error de considerar a los gabinetes de prensa como fuentes
informativas, sino como herramientas de persuasión: una frontera construida
entre el poder político y la ciudadanía. Esta influencia en ciertas fuentes
informativas o su institucionalización -que se observa, por ejemplo, en los
medios generalistas-, constituye, sin duda, un grave riesgo.
Se puede
concluir que, tanto los medios tradicionales como las redes sociales fomentan
la construcción de una realidad basada en informaciones falsas o incompletas, cada
medio lo hace a su manera: la insinuación, la falta de contexto, la inversión
de las relevancias o la “postcensura” (término acuñado por Juan Soto Ivars en Arden las redes (Debate, 2017), son algunas
de las herramientas “des-comunicativas” que padecen los públicos de la
actualidad, unos públicos en “régimen de posverdad”.
Jorge Segovia
Riaza
Bibliografía:
Alós,
E. (2017). Cinco verdades sobre la
posverdad. El Periódico
Estrada, A.; Rodrigo, M. (2017). Teorías de la Comunicación. Oberta, UOC, Barcelona
Estrada, A.; Rodrigo, M. (2017). Teorías de la Comunicación. Oberta, UOC, Barcelona
Francescutti, P.; Saperas, E. (2015). Los gabinetes de prensa como fuente de información política en España. UNR. Argentina
Soto, J. (2017). Arden las redes: La postcensura y el nuevo mundo virtual. Debate: España
McCombs, M. (2015). Entrevista Facultad de Comunicación. Universidad Pontificia de Chile. (En línea)
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