Neologismos como 'balcanizar', 'afganizar' y 'somalizar' son ya
profusamente utilizados por muchos expertos y analistas internacionales.
Y es previsible que la ciencia política internacional cree una nueva
terminología como 'iraquizar', 'libianizar', 'sudanizar' y 'sirianizar', o incluso 'malinizar',
todos ellos para hacer referencia a procesos de creación de estados
fallidos sumidos en el caos y que provocan a su vez inestabilidad
regional.
Estos conceptos aluden a un proceso de anarquización interesada e instigada desde el exterior por las potencias hegemónicas, que después suelen ofrecerse a solucionar el desbarajuste en el seno de las altas instancias internacionales, en general las Naciones Unidas.
De esa manera, obtienen beneficios vendiendo armas durante el conflicto y, a posteriori, con la reconstrucción del país y la adjudicación de los grandes proyectos de infraestructuras y de extracción de hidrocarburos a grandes corporaciones internacionales durante la supuesta 'transición a la democracia'.
Y todos los conflictos a los que se refieren dichos conceptos presentan a su vez dos rasgos comunes e inconfundibles: el fundamentalismo islamista y el yihadismo internacional. Ambos son componentes esenciales de la estrategia que se inauguró con la creación de Al Qaeda para luchar en Afganistán contra la expansión soviética a través de Asia Central y hacia el Océano Índico en los años ochenta del siglo pasado.
La creación de la red que lideró Osama Bin Laden fue financiada por Arabia Saudita, y el entrenamiento, el armamento, la logística y la inteligencia serían suministrados por la CIA, como reconoció Hillary Clinton en una entrevista reciente.
Estos conceptos aluden a un proceso de anarquización interesada e instigada desde el exterior por las potencias hegemónicas, que después suelen ofrecerse a solucionar el desbarajuste en el seno de las altas instancias internacionales, en general las Naciones Unidas.
De esa manera, obtienen beneficios vendiendo armas durante el conflicto y, a posteriori, con la reconstrucción del país y la adjudicación de los grandes proyectos de infraestructuras y de extracción de hidrocarburos a grandes corporaciones internacionales durante la supuesta 'transición a la democracia'.
Y todos los conflictos a los que se refieren dichos conceptos presentan a su vez dos rasgos comunes e inconfundibles: el fundamentalismo islamista y el yihadismo internacional. Ambos son componentes esenciales de la estrategia que se inauguró con la creación de Al Qaeda para luchar en Afganistán contra la expansión soviética a través de Asia Central y hacia el Océano Índico en los años ochenta del siglo pasado.
La creación de la red que lideró Osama Bin Laden fue financiada por Arabia Saudita, y el entrenamiento, el armamento, la logística y la inteligencia serían suministrados por la CIA, como reconoció Hillary Clinton en una entrevista reciente.
Los muyahidines de Al Qaeda arrastraron a la antigua Unión Soviética a
una larga guerra de desgaste, comparable a lo que fue Vietnam para
Estados Unidos. La Tumba de los Imperios acabó empantanando al Ejército
Rojo, y su fracaso militar sería un factor determinante para la
desintegración de la Unión Soviética y la desaparición del mundo bipolar
que había regido las relaciones internacionales desde el final de la
Segunda Guerra Mundial. Tras el éxito cosechado en Asia Central
con un ejército de mercenarios y radicales fundamentalistas reclutados
en todo el mundo musulmán y entrenados en Pakistán, el Pentágono
entendió que se trataba de una táctica que ofrecía el máximo beneficio
con el mínimo esfuerzo, en el sentido de que se ahorraba en bajas
militares estadounidenses, preocupación que han mantenido los sucesivos
inquilinos de la Casa Blanca tras el trauma de Vietnam, en donde
perdieron la vida miles de soldados norteamericanos.
De esta
manera, el mismo patrón fue utilizado para la guerras de los Balcanes en
los años noventa, cuando miles de yihadistas y armamento fueron
introducidos desde Turquía hacia Albania como paso previo a la
desintegración de la antigua Yugoslavia. Las guerras de Bosnia y Kosovo,
al igual que la larga guerra de Chechenia, incitada a través del
Cáucaso, fueron todos ellos conflictos cuyo fin fue debilitar la zona
natural de influencia rusa.
La consagración de la exitosa estrategia de desestabilización masiva se acentuó tras los autoatentados del 11S.
Desde entonces,varios países han sido víctimas del imperialismo internacional tras la formalización de la "guerra contra el terror" en 2001 en la Cumbre de las Azores, una obra de ingeniería de la inteligencia anglosionista que tuvo el objetivo de mantener la hegemonía geoeconómica y geopolítica global de unos pocos sobre el resto.
El balance de esta estrategia de desestabilización masiva durante los últimos doce años es desolador. En estos tiempos, vivimos en un mundo más inseguro en el que decenas de conflictos interreligiosos e interétnicos se han creado o revitalizado desde Indonesia hasta África.
A día de hoy, Afganistán se ha convertido en una macro-base militar de
la OTAN en el patio trasero de Rusia y China, mientras Irak, Siria y
Egipto se encuentran insertos en unas circunstancias políticas que
podrían degenerar en una cada vez más que probable guerra intersectaria entre chiitas y sunnitas que tendría el objetivo de acabar con Irán como potencia regional en Oriente Próximo.
Actualmente África Central se encuentra de nuevo en el ojo del huracán,
pero otros muchos conflictos latentes pueden ser explotados a lo largo
del globo en cualquier momento. El problema es que dicha estrategia de
desestabilización masiva puede cobrarse una víctima colateral no deseada
y que nunca estuvo en la agenda. Y esa víctima podría llegar a ser
Europa Occidental, donde el islamismo radical ya ha echado raíces.
Palabras como 'venta masiva de armas a grupos opositores', 'financiación de conflictos', 'injerencia externa', 'intervención exterior', se maquillan eufemísticamente por los grandes medios de masas internacionales. Posteriormente se nos presentan como "guerras humanitarias", "guerras contra el terror", "responsabilidad de proteger" y "ayuda a los oprimidos", a consecuencia de las cuales se producen "víctimas colaterales".
Por lo que respecta a la cobertura mediática de dichos conflictos, la información es cocinada y servida en la mesa por los mismos 'lobbies' que ostentan poder global, en los que confluyen los poderes político, económico, militar y mediático. En la cúspide de la pirámide se encuentran los grandes magnates de las finanzas internacionales y algunos integrantes del Club Bildeberg, que ejerce de manera oficiosa de proto-gobierno mundial. Muchos de los integrantes de este selecto club son grandes referentes del sionismo internacional, a la vez que grandes enemigos del islam moderado. Islamismo radical, salafismo, takfirismo y Al Qaeda son movimientos relativamente recientes que se inspiran en el wahabismo, que es el pilar ideológico-religioso de la monarquía fundamentalista saudí. Caracterizados todos ellos por su radicalismo y fanatismo religioso, son carne de cañón de la CIA en particular y la OTAN en general. La excusa perfecta para desestabilizar países y posteriormente invadirlos.
Estas ideologías se difuminan en cientos de grupos y grupúsculos sin dirección centralizada, que son financiados especialmente con petrodólares qataríes y saudíes cuando se inician las campañas de desestabilización y durante el transcurso de los conflictos subsiguientes. Muchos de estos grupos siguen sufragándose con el tráfico de armas, drogas y personas en épocas de calma relativa.
Los grupos extremistas pueden crearse en cualquier país donde haya población musulmana, desde Indonesia, Filipinas y China, hasta Indochina, incluyendo el sur de Rusia, Cáucaso y Balcanes, pasando por África e incluso llegando Europa Central y Occidental. Solo es necesario enviar imanes radicales, generalmente instruidos en Arabia Saudí, que utilizan un discurso basado en el odio y la intolerancia. Un discurso que seduce a los jóvenes provenientes de las clases más pobres de la sociedad, que podrán ser posteriormente inducidos a desestabilizar sus propios países o viajar allí donde se los reclame en condición de yihadistas, previo pago de importantes sumas de dinero y bajo promesa de paraíso eterno.
Existen en muchos países células durmientes que pueden ser activadas en cualquier momento, y muchos de sus integrantes pueden ser movilizados allá donde sean reclamados para la 'Guerra Santa', como ha ocurrido recientemente en Libia, Siria y Mali.
Palabras como 'venta masiva de armas a grupos opositores', 'financiación de conflictos', 'injerencia externa', 'intervención exterior', se maquillan eufemísticamente por los grandes medios de masas internacionales. Posteriormente se nos presentan como "guerras humanitarias", "guerras contra el terror", "responsabilidad de proteger" y "ayuda a los oprimidos", a consecuencia de las cuales se producen "víctimas colaterales".
Por lo que respecta a la cobertura mediática de dichos conflictos, la información es cocinada y servida en la mesa por los mismos 'lobbies' que ostentan poder global, en los que confluyen los poderes político, económico, militar y mediático. En la cúspide de la pirámide se encuentran los grandes magnates de las finanzas internacionales y algunos integrantes del Club Bildeberg, que ejerce de manera oficiosa de proto-gobierno mundial. Muchos de los integrantes de este selecto club son grandes referentes del sionismo internacional, a la vez que grandes enemigos del islam moderado. Islamismo radical, salafismo, takfirismo y Al Qaeda son movimientos relativamente recientes que se inspiran en el wahabismo, que es el pilar ideológico-religioso de la monarquía fundamentalista saudí. Caracterizados todos ellos por su radicalismo y fanatismo religioso, son carne de cañón de la CIA en particular y la OTAN en general. La excusa perfecta para desestabilizar países y posteriormente invadirlos.
Estas ideologías se difuminan en cientos de grupos y grupúsculos sin dirección centralizada, que son financiados especialmente con petrodólares qataríes y saudíes cuando se inician las campañas de desestabilización y durante el transcurso de los conflictos subsiguientes. Muchos de estos grupos siguen sufragándose con el tráfico de armas, drogas y personas en épocas de calma relativa.
Los grupos extremistas pueden crearse en cualquier país donde haya población musulmana, desde Indonesia, Filipinas y China, hasta Indochina, incluyendo el sur de Rusia, Cáucaso y Balcanes, pasando por África e incluso llegando Europa Central y Occidental. Solo es necesario enviar imanes radicales, generalmente instruidos en Arabia Saudí, que utilizan un discurso basado en el odio y la intolerancia. Un discurso que seduce a los jóvenes provenientes de las clases más pobres de la sociedad, que podrán ser posteriormente inducidos a desestabilizar sus propios países o viajar allí donde se los reclame en condición de yihadistas, previo pago de importantes sumas de dinero y bajo promesa de paraíso eterno.
Existen en muchos países células durmientes que pueden ser activadas en cualquier momento, y muchos de sus integrantes pueden ser movilizados allá donde sean reclamados para la 'Guerra Santa', como ha ocurrido recientemente en Libia, Siria y Mali.
Paralelamente a los conceptos más arriba referidos, muchos analistas han venido utilizando recientemente el término sion-yihadismo, que hace referencia a la idea de que mientras más radicalizado esté el mundo árabe y musulmán (guerra regional chiismo y sunismo) en general y Palestina en particular, más simpatías y legitimidad religiosa gana el Estado de Israel, carente de legitimidad histórica y política por haber sido creado artificialmente hace escasamente sesenta años con la expulsión de una población nativa de sus tierras.
De esta manera, el Estado de Israel se beneficia del radicalismo islamista, en el sentido de que mientras el mundo está pendiente de "unos salvajes islamistas" y de una posible guerra provocada entre musulmanes sunitas y chiitas, la "única democracia de Oriente Próximo" puede seguir ocupando impunemente más territorios palestinos y sometiendo a una 'apartheid' intolerable a la población palestina de la Franja de Gaza. Algunas teorías coinciden en que una gran guerra entre chiitas y sunitas destrozaría toda la región de Oriente Próximo y allanaría el camino a la consolidación histórica y geográfica de Israel.
En otro sentido, los radicalismos islamistas pueden considerarse el mayor enemigo del islam e incluso de la causa palestina, a la vez que la causa principal del fortalecimiento de una islamofobia internacional en perjuicio de la gran mayoría de musulmanes moderados. De lo que no hay duda es que esta etapa pasará a la historia como el periodo histórico más oscuro del mundo árabe y musulmán, como fuera para los cristianos el periodo de las guerras de religión y la Santa Inquisición en Europa.
[F] Nagham Salman para RT
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